Ese día don Próspero estaba sentado en una
vieja silla, bajo un incansable letargo contemplaba el horizonte, tal vez
recordaba cuando en sus años de juventud disfrutaba el campo, forjando su
futuro, pero 60 años después ahí estaba, entonces fue cuando percibió el
cambio. En su época era casi un delito no llamar las cosas por su nombre, es
decir; papá, mama, gracias, y sobre todo hacer caso y respetar a los viejos sin
importar su condición, y entonces de repente aparece su nieto, un jovencito que
no supera los 12 años y con un saludo poco Aristócrata le dice Cucho, el viejo
casi esquivo de lo que escuchaba titubeó para saludar. Un miembro de sus
entrañas, acababa de irrespetar su más sagrado legado, pero bueno era lo que
siempre se oía, el Niño ya no dice papá, sino cucho y mama, cucha, no sé si se
perdió el respeto, pero algo pasa y lo mejor del asunto es que el Niño llama
cucho o cucha y es entendido.
Como explicar que la yerba, o hierba para los más sofisticados, no solo
cambia el aspecto de la persona, la actitud, la disposición y los modales, sino
que también cambio la cultura, el dialecto, el idioma y hasta el pequeño
Larousse que reposa en la repisa, algunas veces me dirijo a buscar una palabra
de esas que dicen los jóvenes pero difícilmente se puede encontrar su
significado, en fin, el mundo cambia, la naturaleza cambia, los animales
cambian, los hombres cambian (hasta de sexo) porque no cambiar el idioma.
Lo cierto es que la yerba o hierva también
nos une, y no precisamente para disfrutarla sino para odiarla, y yo como buen
ciudadano que ahora pretendo ser, ahí me encontraba con la comunidad en pleno parque
debatiendo ideas para deshacernos de los “yerbateros” y aunque no lo crean
todos somos civilizados, el más conciliador propone, hablar de frente con los
consumidores y pedirles que respeten nuestro parque, otro más osado propone
disponer de machetes y enfrentarlos, y otros proponen apedrearlos como harían
con una ramera en el antiguo Egipto, en fin debatimos sobre el tema casi 5
horas continuas y no se llegó a ningún consenso, pero se sacan buenas conclusiones,
que nadie quiere problemas con nadie, que la policía no sirve para nada, que
los gibaros encaleta la yerba en un árbol, que la otra vez un policía quiso
interceder y se gano una paliza, que los chinos son menores de edad y como son
menores de edad, la policía no los puede llevar, no se les puede decir nada y como
si fuera poco los asignan a una entidad que no puede con su propia corrupción,
menos con la educación de los colombianos vulnerables, en conclusión se debate
en exageración y nadie da soluciones.
Para entonces volteo a ver y don próspero
sigue en la misma silla, pero con sus ojitos cerrados está echando la siesta
vespertina, tal vez sin darse cuenta, la yerba que acostumbra a quemar su nieto
le sirve como la mejor suit que lo invita al descanso eterno.
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