Hoy les quiero
dejar una parte de un cuento, que sirve como refelxión, si les gusta, me dejan
sus comentarios y publico otra parte
EL VALLE DE LOS CASCABELES
Cuento Infantil.
EL VALLE DE LOS CASCABELES
El
valle de los cascabeles, es una historia fantástica donde habita una familia de
inocentes animales que por décadas ha ocupado su territorio, allí reina la paz
y la armonía, sin embargo su hábitat es alterado por la mano del hombre, lo que
lleva a que disminuya el alimento y el agua, enfrentando a cada una de las
colonias para no dejar morir su familia de hambre y de sed.
PRESENTACIÓN.
Rara vez el hombre
se sienta a pensar sobre el verdadero daño que causa al medio ambientes y a los
animales, cuando se trata de explotar un recurso minero. Con esta historia el
personaje se pone en el lugar de un inocente grillo que ve como le destruyen su
hábitat y su familia, sin que pueda hacer nada. La conservación del medio
ambiente es un deber que le compete a todos, por eso, mediante historias
infantiles se busca generar conciencia para que desde la niñez, apreciemos lo
que existe en la naturaleza, no solo los recursos minerales, sino una gran
variedad de especies que está siendo destruida sin que nadie haga algo para
impedirlo.
La explotación del
petróleo, es una de las actividades que año a año causa grandes desastres
naturales y contaminación incalculable al medio ambiente, pese a que son
efectos irreversibles, se continúa con una amplia actividad de explotación
especialmente en afluentes de agua, caños, ríos y lagunas, sin medir los
efectos verdaderos que esto trae para la biodiversidad, como lo relata nuestro
personaje Gros, el Grillo que luchó hasta el final en el Valle de los
Cascabeles para salvar su familia.
INICIO
En una pequeña aldea cerca de un riachuelo,
vivía muy feliz el señor grillo junto a su
familia. De niño no tuvo ninguna dificultad, recordaba sentado en su viejo
lecho; mis padres siempre estaban atentos a ofrecerme lo que necesitaba, de vez
en cuando visitaba a mis vecinos para enterarme de lo que pasaba. Según me
contaban, nuestra familia era una de las más antiguas de la aldea, tal vez una
de las fundadoras; en aquellos tiempos siempre se presentaban buenas
oportunidades para compartir con los amigos.
Desde muy temprano papá Grillo nos despertaba
para ir hasta el punto más alto de la colina a ver caer la mañana, no había
mucho que hacer, pero siempre la pasábamos ocupados. En el verano se disfrutaba
de los paisajes dibujados en el horizonte, no había barro, y siempre teníamos
tiempo para recorrer todo nuestro territorio. Por el contrario, el invierno
traía algunas premuras, en ocasiones ponía en riesgo nuestro hogar, pero saber
que el papá de mi abuelo, mi abuelo y mi papá habían crecido allí sin que
pasara nada, nos daba mucha seguridad.
Yo crecí al lado de mis dos hermanas, Ena y
Julay, nombres designados por la abuela para recordar sus hermanas
desaparecidas, como si fuera poco a mí me llamarón Gros, significado de
autonomía y destreza y por ser el varón de la casa me asignaron mayor
responsabilidad. Aunque en nuestra pequeña aldea no se presentaba ningún
conflicto con los vecinos, papá decía que el macho de la casa debía estar
preparado muy bien físicamente, por si tenia que interceder por la familia, él
siempre lo estaba y sería capaz de dar la vida por nosotros.
Cuando alcance la edad necesaria, me enseñó su
rutina de ejercicio, todos los días salíamos antes del amanecer a estirar
nuestros crecientes músculos de las patas, decía que debían permanecer fuertes
y resistentes por si algún día se debía enfrentar un rival. Realmente nunca lo
pensaba así, a ninguno de mis vecinos les gustaban
los conflictos, salvo algunas termitas que por equivocación entraban a nuestro
hogar, pero pronto quedaban frías cuando venían los músculos de papá.
Ena y Julay, casi no crecían, sus patas eran
frágiles y pequeñas, mientras que las mías día a día se desarrollaban con más
fortaleza, ya se empezaba a notar la rutina de ejercicio de papá. Ellas
permanecían al lado de mamá, aprendiendo algunos trucos de la abuela para
almacenar una de las hojas favoritas de nuestra alimentación que solo se encontraba
en la primavera. Ahora que recuerdo las utilizaba para las fechas especiales.
Así fuimos creciendo dentro de una familia
respetable, más por nuestros actos que por las tenencias. Papá Grillo
envejecía, mientras que yo sentía que llegaba a mi adultez. El invierno no era
una buena época para nosotros, pero se disfrutaba porque había alimento fresco
y sin necesidad de recorrer grandes distancias; por el contrario el verano nos ofrecía
naturaleza viva y ganas de salir por el prado, el que recorríamos a diario para
conseguir la comida.
Papá comenzaba a sentir el peso de los años,
tal vez eso me afectó y más aún cuando los
cambios en la aldea fueron notorios. Un buen día salimos como de costumbre a
recoger la comida y encontramos que el camino habitual estaba lleno de hojas
que caían de los arboles, nos pareció algo extraño pero igual nadie lo
entendía.
El calor
comenzaba a aumentar especialmente en las noches, nadie podía utilizar el
abrigo que antes arrullaba nuestros sueños, lo más sorprendente lo percibí una
mañana cuando salí a recoger agua, tarea que hacia todos los días y encontré
que el riachuelo había disminuido su caudal.
Algo comenzó a cambiar. Antes cuando salíamos a
bañarnos cada uno respetaba su espacio, ahora en las mañanas encontraba a muchos
de mis vecinos recogiendo agua, todos con cara de asombrados pero nadie decía
nada. Al regresar a casa noté que los árboles que habían perdido sus hojas
comenzaban a secar también su tallo, sin que dieran señal de vida y perdiendo
aquel sombrío que nos habían regalado por generaciones.
La hierba, nuestro único alimento también
empezó a escasear, ahora había que recorrer toda la aldea para encontrarla, y
no solo era el alimento para nosotros sino que muchos de los vecinos también la
consumían.
Luego de un tiempo papá y mamá murieron, ya
nosotros fuimos adultos y cada quien formó su hogar, conservando el legado de
la familia mas servicial de la aldea, aunque ya me cuestionaba si nosotros
podríamos mantener la paz que antes reinaba. Los caminos que siempre
recorríamos comenzaron a presentar fisuras, algo que nunca había pasado. Eso lo
solucionamos construyendo puentes con las ramas de los árboles que caían desde
lo alto, gracias a la fortaleza de mis piernas, fruto de la rutina de ejercicio
que aún practico.
Un día que lo creíamos normal, nuestra aldea se
estremeció, todos quedamos perplejos al escuchar un fuerte ruido que se
confundía con los de nuestros ancestros, todos teníamos miedo, no entendíamos
lo que pasaba, y el sonido cada día aumentaba, fue tanto el asombro que causó
que reuní a mis vecinos para afrontar aquella amenaza.