domingo, 2 de septiembre de 2012


Hoy les quiero dejar una parte de un cuento, que sirve como refelxión, si les gusta, me dejan sus comentarios y publico otra parte

EL VALLE DE LOS CASCABELES
Cuento Infantil.

EL VALLE DE LOS CASCABELES




El valle de los cascabeles, es una historia fantástica donde habita una familia de inocentes animales que por décadas ha ocupado su territorio, allí reina la paz y la armonía, sin embargo su hábitat es alterado por la mano del hombre, lo que lleva a que disminuya el alimento y el agua, enfrentando a cada una de las colonias para no dejar morir su familia de hambre y de sed.


PRESENTACIÓN.

Rara vez el hombre se sienta a pensar sobre el verdadero daño que causa al medio ambientes y a los animales, cuando se trata de explotar un recurso minero. Con esta historia el personaje se pone en el lugar de un inocente grillo que ve como le destruyen su hábitat y su familia, sin que pueda hacer nada. La conservación del medio ambiente es un deber que le compete a todos, por eso, mediante historias infantiles se busca generar conciencia para que desde la niñez, apreciemos lo que existe en la naturaleza, no solo los recursos minerales, sino una gran variedad de especies que está siendo destruida sin que nadie haga algo para impedirlo.

La explotación del petróleo, es una de las actividades que año a año causa grandes desastres naturales y contaminación incalculable al medio ambiente, pese a que son efectos irreversibles, se continúa con una amplia actividad de explotación especialmente en afluentes de agua, caños, ríos y lagunas, sin medir los efectos verdaderos que esto trae para la biodiversidad, como lo relata nuestro personaje Gros, el Grillo que luchó hasta el final en el Valle de los Cascabeles para salvar su familia.
  
 INICIO

En una pequeña aldea cerca de un riachuelo, vivía muy  feliz el señor grillo junto a su familia. De niño no tuvo ninguna dificultad, recordaba sentado en su viejo lecho; mis padres siempre estaban atentos a ofrecerme lo que necesitaba, de vez en cuando visitaba a mis vecinos para enterarme de lo que pasaba. Según me contaban, nuestra familia era una de las más antiguas de la aldea, tal vez una de las fundadoras; en aquellos tiempos siempre se presentaban buenas oportunidades para compartir con los amigos.

Desde muy temprano papá Grillo nos despertaba para ir hasta el punto más alto de la colina a ver caer la mañana, no había mucho que hacer, pero siempre la pasábamos ocupados. En el verano se disfrutaba de los paisajes dibujados en el horizonte, no había barro, y siempre teníamos tiempo para recorrer todo nuestro territorio. Por el contrario, el invierno traía algunas premuras, en ocasiones ponía en riesgo nuestro hogar, pero saber que el papá de mi abuelo, mi abuelo y mi papá habían crecido allí sin que pasara nada, nos daba mucha seguridad.

Yo crecí al lado de mis dos hermanas, Ena y Julay, nombres designados por la abuela para recordar sus hermanas desaparecidas, como si fuera poco a mí me llamarón Gros, significado de autonomía y destreza y por ser el varón de la casa me asignaron mayor responsabilidad. Aunque en nuestra pequeña aldea no se presentaba ningún conflicto con los vecinos, papá decía que el macho de la casa debía estar preparado muy bien físicamente, por si tenia que interceder por la familia, él siempre lo estaba y sería capaz de dar la vida por nosotros.

Cuando alcance la edad necesaria, me enseñó su rutina de ejercicio, todos los días salíamos antes del amanecer a estirar nuestros crecientes músculos de las patas, decía que debían permanecer fuertes y resistentes por si algún día se debía enfrentar un rival. Realmente nunca lo pensaba así, a ninguno de mis vecinos les gustaban los conflictos, salvo algunas termitas que por equivocación entraban a nuestro hogar, pero pronto quedaban frías cuando venían los músculos de papá.

Ena y Julay, casi no crecían, sus patas eran frágiles y pequeñas, mientras que las mías día a día se desarrollaban con más fortaleza, ya se empezaba a notar la rutina de ejercicio de papá. Ellas permanecían al lado de mamá, aprendiendo algunos trucos de la abuela para almacenar una de las hojas favoritas de nuestra alimentación que solo se encontraba en la primavera. Ahora que recuerdo las utilizaba para las fechas especiales.

Así fuimos creciendo dentro de una familia respetable, más por nuestros actos que por las tenencias. Papá Grillo envejecía, mientras que yo sentía que llegaba a mi adultez. El invierno no era una buena época para nosotros, pero se disfrutaba porque había alimento fresco y sin necesidad de recorrer grandes distancias;   por el contrario el verano nos ofrecía naturaleza viva y ganas de salir por el prado, el que recorríamos a diario para conseguir la comida.

Papá comenzaba a sentir el peso de los años, tal vez eso  me afectó y más aún cuando los cambios en la aldea fueron notorios. Un buen día salimos como de costumbre a recoger la comida y encontramos que el camino habitual estaba lleno de hojas que caían de los arboles, nos pareció algo extraño pero igual nadie lo entendía.

El  calor comenzaba a aumentar especialmente en las noches, nadie podía utilizar el abrigo que antes arrullaba nuestros sueños, lo más sorprendente lo percibí una mañana cuando salí a recoger agua, tarea que hacia todos los días y encontré que el riachuelo había disminuido su caudal.

Algo comenzó a cambiar. Antes cuando salíamos a bañarnos cada uno respetaba su espacio, ahora en las mañanas encontraba a muchos de mis vecinos recogiendo agua, todos con cara de asombrados pero nadie decía nada. Al regresar a casa noté que los árboles que habían perdido sus hojas comenzaban a secar también su tallo, sin que dieran señal de vida y perdiendo aquel sombrío que nos habían regalado por generaciones.

La hierba, nuestro único alimento también empezó a escasear, ahora había que recorrer toda la aldea para encontrarla, y no solo era el alimento para nosotros sino que muchos de los vecinos también la consumían.

Luego de un tiempo papá y mamá murieron, ya nosotros fuimos adultos y cada quien formó su hogar, conservando el legado de la familia mas servicial de la aldea, aunque ya me cuestionaba si nosotros podríamos mantener la paz que antes reinaba. Los caminos que siempre recorríamos comenzaron a presentar fisuras, algo que nunca había pasado. Eso lo solucionamos construyendo puentes con las ramas de los árboles que caían desde lo alto, gracias a la fortaleza de mis piernas, fruto de la rutina de ejercicio que aún practico.

Un día que lo creíamos normal, nuestra aldea se estremeció, todos quedamos perplejos al escuchar un fuerte ruido que se confundía con los de nuestros ancestros, todos teníamos miedo, no entendíamos lo que pasaba, y el sonido cada día aumentaba, fue tanto el asombro que causó que reuní a mis vecinos para afrontar aquella amenaza. 

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